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El tema que ha marcado la agenda pública del país en las últimas tres semanas y que tiene fuera de sí al presidente de México es la investigación hecha pública por el periodista Carlos Loret de Mola sobre el hijo mayor de Andrés Manuel López Obrador y sus propiedades en Estados Unidos. 

Las revelaciones sobre las casas en Houston, Texas, donde vivió y vive el primogénito del Primer Mandatario, el exhibir el estilo glamoroso de la pareja, donde el lujo y la buena vida, vida de ricos, plantea un dramático contraste con la forma de vida de millones de mexicanos y sobre todo con el discurso de AMLO que pregona la frugalidad, una vida austera, una personalidad pública humilde y que cuestiona acremente a los clasemedieros aspiracionistas y a todo ese conglomerado que etiqueta en el bando de los conservadores. 

Fue de tal impacto el tiro en la línea de flotación de la nave de la Cuarta Transformación con el trabajo periodístico de Loret de Mola que el presidente no ha logrado salir de este asunto. Lleva tres semanas abordando a diario el tema y, en el extremo, llegó a presentar una diapositiva que pretendía mostrar los ingresos del periodista en 2021, con datos supuestamente hechos llegar de manera anónima a las manos de AMLO, para contrastar esos presuntos ingresos con el salario del presidente. Un hecho duramente cuestionado por comunicadores, analistas y políticos de oposición de todos los colores, y que no se justificaba en manera alguna para sostener su tesis de que Loret es financiado por sus adversarios políticos.  

Este hecho de compartir datos de los ingresos de un ciudadano, sean reales o no, el tiempo dedicado a defender a su hijo, a buscar justificar sus fuentes de ingresos, y desde luego a arremeter a diario en contra de Loret y todo el que cuestiones los lujos de su hijo representa una sucesión de actos intimidatorios e inaceptables en una democracia porque representan sin más un abuso de poder. 

Por más enojado que esté López Obrador, por las implicaciones que estas revelaciones tienen en términos de la credibilidad de su discurso y del daño a su pretendida autoridad moral para fustigar a los que más tienen, ello no justifica que se deje de lado la mesura y la legalidad que debe normar los actos de un presidente de la República. 

El presidente Andrés Manuel López Obrador está convencido que la información en contra de su hijo mayor es un golpe contra la Cuarta Transformación, movida por periodistas y medios financiados por lo que él llama la mafia del poder, y que cataloga de golpistas. Y como es lógico y ha sido más que evidente advirtió que no se dejará, no se quedará con los brazos cruzados. 

Este episodio marca un nuevo capítulo de su tensa relación con los medios y refuerza su convicción de que es “el presidente más atacado en los últimos 100 años”.  

Sin embargo esta escalada de la confrontación que involucra ya a instituciones públicas como el INAI a quien AMLO pidió que se hagan públicos datos de los ingresos de Loret; a la Unidad de Inteligencia Financiera de la SHCP, sobre la que recae la sospecha de haber entregado indebidamente información al presidente; al Senado en pleno que tras un álgido y ríspido debate rechazó investigar el posible conflicto de interés que existiría entre los propietarios de la empresa contratista de Pemex Baker Hughes y José Ramón López Beltrán, corporación que habría facilitado una de las casa en la que vivió en Houston el hijo del presidente. 

El tono y el rumbo que han tomado las cosas muestran a un Primer Mandatario profundamente molesto y en algo impensable hasta hace un mes, evidencia que por primera vez desde que inició su administración ha perdido la iniciativa de fijar y controlar el debate público. 

Su cruzada contra Carlos Loret, Carmen Aristegui, y otros comunicadores que le resultan ya intolerables puede envalentonar sin duda a sus seguidores y a quienes no resisten revelaciones periodísticas. Y ello, en medio de una oleada de violencia contra reporteros y periodistas, la mayoría de los cuales, desde luego, no gozan de la fama y visibilidad de Loret, es sumamente peligroso si algún fanatizado seguidor decide defender a ultranza la causa de la Cuarta Transformación y a su líder moral. 

El tema seguramente dará para más, pero lo que va logrando es potenciar la polarización y la toma de posturas radicales de los bandos en disputa y naturaliza la visión maniquea y prepotente para enfrentar a comunicadores en todo el país.  

Ya en Veracruz el gobernador Cuitláhuac García dio muestra de ello con su actitud agresiva con una reportera, Sara Landa de Meganoticias, que por preguntarle sobre los grupos de abogados que pugnan por la derogación pendiente del delito de ultrajes a la autoridad -que es la piedra en el zapato del gobierno morenista de la entidad-, se llevó una grosera respuesta del gobernador, quien mostró así que sigue en plan de emular en todo al presidente López Obrador, hasta en su trato con los medios y en la intolerancia cuando lo sacan de su zona de confort. 

Como colofón puede decirse que el planteamiento de que periodistas, medios, intelectuales, organizaciones de la sociedad civil y todo mundo deben definirse, dejar de simular y mostrar abiertamente de qué lado están, es insostenible en una sociedad y un país que se precie de ser democrático, en donde la pluralidad de visiones y proyectos políticos y de desarrollo es lo que justamente da riqueza y fortaleza a una nación.  

No puede hablarse de traidores a la patria cuando se cita a los adversarios políticos. Es un concepto muy peligroso que inflama los ánimos derogatorios y las ganas de exterminar al de enfrente. El paso de la violencia verbal a la violencia física es muy, pero muy corto, lo sabemos. 

La defensa a ultranza de la Cuarta Transformación o la cargada para paralizarla y golpear al presidente por parte de sus críticos en absoluto nos ayudarán a resolver nuestros graves problemas.  

Por la salud del país deben enfriarse las cabezas y ya que tenemos a la vuelta de la esquina, el próximo 10 de abril, la consulta para la revocación del mandato, quizá sea esa la oportunidad de que civilizadamente midan sus fuerzas y sus apoyos. 

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