
ESPECIAL
Ciudad de México.- Ernesto Fonseca Carrillo —a quien los suyos y los otros, los de enfrente, los de la ley, llamaron siempre Don Neto— salió del encierro el pasado sábado 5 de abril. Con 94 años a cuestas, el fundador del Cártel de Guadalajara volvió al mundo de los hombres libres. Lo hizo en silencio, sin reflejos de cámara, sin gesto dramático, como si apenas cruzara el umbral de su casa a tomar el sol.
En estos días, el país ha olvidado la magnitud de su figura y su capacidad criminal. Porque Fonseca Carrillo no fue cualquier preso, fue el arquitecto primigenio de lo que hoy conocemos como narcotráfico moderno en México. Lo fue con todas sus letras: operador, jefe, diplomático del crimen, empresario del tráfico de droga. Su historia, sin proponérselo, trazó la columna vertebral del negocio que —por encima del Estado— dicta aún en muchas regiones la ley.
Había nacido en Badiraguato, Sinaloa, allá en 1930, tierra donde los hombres cultivan amapola y respeto a partes iguales. Años después, junto a Miguel Ángel Félix Gallardo y Rafael Caro Quintero, fundó el Cártel de Guadalajara. Un triángulo letal, una malévola trinidad del crimen que dominó rutas, sembradíos, funcionarios y conciencias.
Pero el crimen que lo selló para siempre fue el que cometieron juntos: el asesinato del agente de la DEA, Enrique ‘Kiki’ Camarena, y su piloto Alfredo Zavala Avelar. La historia es de todos conocida: Camarena había olfateado demasiado, documentado de más. Un buen día lo levantaron. Un mes después, apareció su cuerpo en Michoacán, con marcas de haber sido despedazado con saña.
Por ese crimen lo atraparon, un 7 de abril de 1985, en Puerto Vallarta. Y desde entonces, el capo vivió tras las rejas, de penal en penal, hasta que en 2015 el Estado mexicano —suavemente indulgente con los viejos criminales— le concedió la prisión domiciliaria, aduciendo quebrantos de salud y edad provecta.
Una residencia de lujo en Atizapán, con cámaras de seguridad, con enfermeras y custodios, fue su mundo durante casi una década. Decían los médicos que sufría de todo: tumor en el colon, artritis, ceguera incipiente. Pero también decían, los que saben, que seguía lúcido, que escuchaba con atención las noticias de sus viejos compañeros.
Y sí, Fonseca tuvo un destino que sus pares en el crimen no alcanzaron. Nunca fue extraditado. En 2015, el entonces canciller José Antonio Meade negó la entrega. Ya fue juzgado en México, se argumentó. Mientras Caro Quintero fue enviado a Estados Unidos apenas en febrero pasado, y Félix Gallardo sigue allá, en el Altiplano, esperando el calendario de su libertad.
‘Don Neto’ tuvo también descendencia de peso. Es tío materno de dos nombres tatuados en la historia del narco: Amado Carrillo Fuentes, ‘El Señor de los Cielos’, y Vicente Carrillo Fuentes, ‘El Viceroy’. Uno, muerto tras una cirugía estética en 1997; el otro, recién extraditado.
¿Qué piensa un hombre como él, ahora que el tiempo lo ha vuelto frágil y los años le cuelgan como cadenas? ¿Qué cuenta de aquellos días en que gobernaba desde las sombras y decidía sobre cosechas, rutas, cargamentos y vidas?
Quizá nada. Quizá lo que queda es apenas un anciano silencioso en su sillón, que mira por la ventana una patria que ya no reconoce, pero que ayudó a moldear —a sangre, a plomo y a polvo— para que hoy sea como es.
La historia lo dejará ir. Pero las cicatrices que dejó en México seguirán sangrando muchos años más.