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El tema del feminismo incomoda al presidente Andrés Manuel López Obrador.

El primer mandatario pese a su claro afán de priorizar en su gobierno a los que menos tienen, de abatir las desigualdades y poner el centro de la acción gubernamental en atender los rezagos, en orientar programas sociales para ello y distribuir recursos entre amplios sectores, en abanderar –aunque las más de las veces solo de palabra- el combate a la corrupción, ha tropezado definitivamente con las mujeres. 


 

En diversos momentos de su gestión López Obrador ha mostrado una evidente misoginia intelectual cuando se le pregunta sobre el tema de la violencia doméstica, de los feminicidios, de los reclamos por una vida libre de violencia contra ellas, de las marchas que reivindican esas causas. Son temas que no le gustan, que le causan molestia, como ha quedado de manifiesto en diversas coyunturas desde el arranque de su gobierno donde ha debido abordarlos.

En su visión, los movimientos de protesta de las mujeres tienen un fondo de conservadurismo y para ello argumenta invariablemente que han sido infiltrados por sus adversarios políticos. Ha dicho, y eso lo retrata de cuerpo entero, que los “conservadores se volvieron feministas”.

Hemos visto en estos dos años un presidente alejado de las causas feministas, aunque asegure lo contrario y remita a ver el número de mujeres que son funcionarias en su gobierno.

López Obrador cuando es cuestionado sobre las movilizaciones feministas y los reclamos a su gobierno por no entenderlos, abandona el tema, generaliza, se sale por la tangente, simplifica como siempre entre conservadores y liberales con sus peroratas históricas, descalifica a analistas, medios nacionales o internacionales que retoman el tema.

Ha sido su talón de Aquiles, y su Waterloo en este tema ha sido el caso de su amigo Félix Salgado Macedonio.

Sobre Salgado Macedonio, aspirante al gobierno de Guerrero, pesan denuncias por violación y delitos de tipo sexual, un asunto que ha generado un intenso debate público en nuestro país.

Pero el presidente lo ha defendido a capa y espada, respondiendo que este espinoso tema debe resolverse en las instancias legales y que sobre la candidatura es el pueblo de Guerrero quien debe decidir “a través de un método democrático”. No debe haber linchamientos por politiquería, ha dicho López Obrador, abiertamente decidido a respaldar al cuestionado e impresentable político.

Para el mandatario lo realmente importante es la elección de Guerrero, no las denuncias en contra de Salgado Macedonio, no las agresiones a las mujeres que han sido ampliamente documentadas. Eso no entra en su visión del problema. Lo suyo, lo suyo, es la lucha político-electoral y preservar y ampliar su poder, no los reclamos de justicia de las feministas.

El pasado mes de diciembre, el Instituto Nacional Electoral (INE) aprobó la iniciativa 3 de 3 contra la violencia con el fin de prevenir y erradicar la violencia política contra las mujeres y evitar que ningún contendiente tenga causas abiertas por violación, abuso, acoso o falta en el pago de la pensión alimenticia de sus hijos. Todos los partidos aprobaron dicha declaración y se comprometieron a cumplir con ella, incluido Morena, por supuesto. Y pese a ello, la dirigencia nacional de ese partido insiste en sostener a Félix Salgado Macedonio, mantener a salvo sus derechos políticos e insertarlo en las encuestas que levantarán para definir su candidato a la gubernatura. Porque eso es lo que desea el presidente de México que premia a sus leales, a quienes se la jugaron con él desde hace años y a quienes disculpa todo.

El apoyo de López Obrador a Salgado Macedonio es revelador. La política, el rendimiento electoral, el fortalecimiento de su partido y el ganar elecciones es lo que lo mueve. Lo demás, el movimiento feminista incluido y el clamor de miles de mujeres por cerrarle el paso a esa cuestionada candidatura, pasa a segundo plano. Ni las ve ni las oye. “Ya chole con el tema”, ha sido su respuesta.

Para diversos analistas este episodio muestra que el presidente de la República debe actualizar su pensamiento y acción, sobre todo –como ha escrito el columnista Julio Hernández en su Astillero que publica La Jornada- “respecto a un movimiento que está adscrito de manera natural a la izquierda, no necesariamente a la electoral, no a Morena, pero sí a movilizaciones, protestas y pensamiento progresista en todo el mundo”. Descalificar el feminismo –le recuerdan a AMLO- y seguir ignorando lo que significa esta lucha “es un acto de poder abiertamente conservador, retardatario”.

Porque debe recordarse que el feminismo transita en el discurso de la izquierda en su abierta crítica al neoliberalismo y a la lucha por la igualdad de género y contra la exclusión, al tiempo que reivindica el cumplimiento de la ley y de la justicia, el diseño de políticas públicas eficaces que fortalezcan las capacidades institucionales para lograr un impacto real en la transformación de la vida de las mujeres.

En absoluto ello se reduce al ingreso y representación política de mujeres en el espacio público, y que esta presencia se haya incrementado como presumen los gobiernos de Morena, porque la posibilidad real de una cuarta transformación en materia de género languidecerá mientras pese más la fidelidad acrítica de los correligionarios del presidente, hombres y mujeres, seducidos por el ejercicio del poder, que una genuina revisión de lo que debe hacerse para en verdad abrazar la causa de las mujeres.

Es claro entonces que para entender y apoyar al feminismo se requieren ciudadanos –y servidores públicos- que tengan en verdad pensamiento progresista, que tengan como referentes cotidianos la compasión, la solidaridad, la humildad, el respeto y el amor por los demás, el compromiso con una vida digna, la lucha por la libertad y contra la injusticia y el respeto a la ley.

De ahí que no se entienda que en Morena que dice pugnar por la justicia social, la colaboración, la libertad, la soberanía, los derechos humanos, los derechos de las minorías, muchos de sus militantes –y peor muchas senadoras, diputadas y funcionarias- se resistan a cerrar el paso a candidaturas como la del guerrerense que se hace llamar “El Toro” que desafía a sus críticos y ofende por partida doble a las mujeres a quienes ha agredido, y se escuden en el diagnóstico de López Obrador de que todo es obra de la politiquería que azuzan sus adversarios.

Pero todo se explica si nos atenemos a que la rebatinga por el poder y los cargos públicos es el verdadero motor de muchos de los políticos de la pretendida Cuarta Transformación, con el presidente a la cabeza, y ante esa realidad, no se sostiene discurso convincente alguno sobre sobre el feminismo y el auténtico cambio que dicen impulsar.

“No somos iguales”, replican ante las críticas. Ya serán las mujeres con su voto, más temprano que tarde, quienes habrán de juzgar qué tan diferentes resultaron.

Con las mujeres pueden topar sus delirios transformadores.

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