-¿Ya lo leíste?, le pregunté.
-En francés, me replicó.
-¿Y está bueno?
-Siempre es bueno leer, ¡desasna!, luego lo conversamos, me dijo impertérrito y se marchó.
Era un libro del escritor franco-libanés Amin Maalouf, “Las cruzadas vista por los árabes”, recientemente galardonado con el premio de Lenguas Romances de la FIL de Guadalajara 2025. A los pocos días le dije a Carlos que su libro me había encantado, lo pretendí devolver, me platicó con devoción de Luis Weckmann, eminente medievalista mexicano, de Tomás de Aquino y buscó en su biblioteca otro texto de Maalouf, “León el Africano”, el diplomático andaluz que vivió alrededor de 1500, y que en la novela, Amin, lo hace cabalgar entre Suleimán el Magnífico y León X, entre el Corán y la Biblia. Salí de su oficina con los dos. Nunca volví a dejar a Maalouf. Carlos Castillo Peraza me parece el Maalouf mexicano.
Esos dos textos tienen la mirada de “el otro”, del semejante, del prójimo como sujeto fundante de la política. Si algo define a Castillo Peraza como filósofo y político, es mirar a ese “otro” que piensa distinto y se comporta diferente, pero esencialmente es una persona igual, y toda discriminación debería ser repudiada. ¿Cuál es la diferencia entre rezar en mezquita o catedral? ¿Quien piensa distinto es enemigo? Castillo Peraza sabía que el instrumento de la política era la palabra para tratar ese otro, y la usaba con corrección. Era de buen decir y buen escribir. “No pongas comas con salero” decía, entre carcajadas, al corregir un texto.
Cuánta falta hace Castillo Peraza en el PAN. Cuánta falta hace aceptar al musulmán, al judío, al cristiano o al ateo. ¿Cuánta falta hace, hoy, reconocer “al otro”, en la frontera de Gaza con Israel? Triunfa el rechazo frente al extranjero. ¿Occidente ve con ojos árabes a Gaza? Castillo Peraza suscribiría sin temor alguno “El naufragio de las civilizaciones” de ese narrador expulsado de Beirut, durante la guerra civil de 1976, ganador del premio Príncipe de Asturias en 2010, cuando con pesimismo afirma: “Nunca dejaré de oponerme a la idea de que las poblaciones que tienen lenguas o religiones diferentes, haría mejor en vivir separadas entre sí”. Castillo Peraza fue de ese pensamiento global. Pero afirmaba que quien no tenía aldea no tenía mundo. Para reconocer a “el otro”, primero debes reconocerte “parte”, no “todo”. Combatió a los totalitarismo y caudillos que niegan al diferente, afirman su única voluntad, y por tanto, desprecian al diálogo.
Creía que Acción Nacional era una parte, un partido, frente al PRI que consiguió con éxito abarcar al Estado, al gobierno, a la sociedad, al Ejército. Como ahora Morena. Siempre consideró que la política trabaja con “verdades probables”. Carlos, aunque tenía formas ufanas, no se consideró nunca dueño de la verdad absoluta; y contrario al partido de empresarios que muchos quisieran dibujar en el PAN, Castillo tenía un enorme compromiso social, que le heredó su devoción por la doctrina social cristiana. Lo dijo en su discurso con el que ganó la presidencia del PAN, en marzo de 1993. “En un México de cuarenta millones de pobres, en un México de ecuaciones macroeconómicas casi perfectas, que dan como resultado cuarenta millones de mexicanos pobres. Sueño un partido que asuma esa causa. Esa. La de los agraviados económicamente. La de aquellos que ni siquiera pueden pensar en votar, porque antes tienen que pensar en comer”.
Exactamente hoy se cumplen 25 años de la muerte de Carlos Castillo Peraza. Murió en Bonn, la antigua capital alemana hasta la reunificación del país, en 1990, y ciudad natal del músico Ludwig van Beethoven, del que Carlos tenía una colección de discos compactos Deutsche Grammophon, que gustaba poner a todo volumen, en los momentos de relajamiento, y acompañar el cigarro Benson&Hedges mentolado, de un vino rosado del río Rhin, quizá la última bebida que tomó en aquel septiembre fatídico.
Castillo disfrutaba la vida, hedonista en la conversación, en el comer, en el beber, y estoico en la palabra, en la sintaxis, en el aula y ante el electorado. Quizá no supo morir, pero sabía vivir. Generoso con sus amigos. Como buen yucateco allí tenía su querencia. Lo mismo recitaba un verso del Popol Vuh, que una leyenda de Chichicastenango, Guatemala, donde fue encontrado, o del fraile dominico español que lo tradujo a su versión en español, Francisco Ximénez de Quesada.
Era un erudito, no demagogo, del humanismo. Lo abrevó de la religión que abrazó y la filosofía que estudió y enseñó. Impartía clases sobre Maquiavelo o Marx en una escuela cristiana como la Universidad La Salle, donde al dar el primer paso, y cruzar la puerta del salón, en ese mismo instante, sin tomar gis o pasar lista, empezaba a dictar la lección. No perdía el tiempo. El tiempo era una de sus grandes temas de reflexión. Decía que un buen gobierno era aquel, que no le quitaba el tiempo a los ciudadanos. ¿Cuánto tiempo nos robó el PRI como nación? ¿Cuánto tiempo desaprovechó el PAN? ¿Cuánto tiempo regresó Morena al país, al ver caminar de nuevo en los palacios de gobierno las soberbias de José López Portillo, gobernante hace medio siglo?
Quizá porque la patria regresó en el tiempo el Partido Acción Nacional necesita nuevos “castillos perazas”. Inteligencias lúcidas y audaces, que sepan convivir con “el otro”. Que debatan, se identifiquen con la libertad y la defiendan, y se comprometan a igualar en oportunidad de desarrollo vital a todas las personas. Sean una derecha social moderna y útil socialmente. Pero que su verdad no sea arma arrojadiza contra el adversario. Morena resucitó el caudillismo y no es muy distinto al PRI. La matriz autoritaria (expresión de Carlos) del priismo, parece ser la misma del obradorismo. Es la negación de la República.
No recuerdo, si Carlos leyó “Identidades Asesinas”, de Maalouf, donde casi profetizó en 1998, el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York del año 2001, que Castillo Peraza ya no vio, pero sí intuyó. Lo leí después de su muerte. “Identidades Asesinas” es simple cara partidista capaz de aniquilar, acuchillar “al otro”. Es Morena en estado puro, identidad que se pretende un todo. Como el PRI contra el que empezó a luchar Castillo Peraza en la década de los sesenta. Como la Unión Soviética, Cuba, Nicaragua, Venezuela, Putin, Trump, Vox en España. Cuando terminé de leer ese texto que debería ser lectura obligatoria en las universidades, hace algunos años, me acordé mucho de Carlos, y de aquella conversación en Coyoacán cuando conocí a Maalouf. Y vinieron a mi memoria aquellas palabras.
-¿Ya lo leíste?, le pregunté en silencio, en mi mente.
-En francés, me replicó.
-¿Y está bueno?
-Siempre es bueno leer, ¡desasna!, luego lo conversamos, me dijo impertérrito y se marchó… se marchó desde hace, hoy, un cuarto de siglo…
