
ESPECIAL
Teuchitlán, Jalisco.- El rancho Izaguirre, en Teuchitlán, Jalisco, recibió a cientos de madres buscadoras con el suelo removido, las galeras vacías y el silencio de las autoridades. Un recorrido que prometía transparencia y acceso a la investigación se convirtió, según ellas, en una “burla”, un montaje donde no quedó rastro de la ropa, los objetos personales ni los indicios que días antes se habían documentado en el sitio.
“Esto es teatro, es una simulación”, dijo Elia Cervantes, del colectivo Familias Unidas por Nayarit, mientras recorría el predio con la vista puesta en el suelo, buscando algo, cualquier cosa que le diera sentido a su visita.
El terreno, lleno de excavaciones y banderines de colores que marcaban posibles evidencias, fue resguardado por decenas de policías y agentes de la Fiscalía Especializada en Personas Desaparecidas. Pero nadie dio explicaciones. Nadie respondió a las preguntas de las familias que recorrieron el lugar con la esperanza de encontrar respuestas.
A la distancia, las construcciones parecían apenas sombras de lo que alguna vez fue un sitio activo. Una estructura de piedra en forma de alberca, una zona con llantas y troncos para adiestramiento físico. Pero sin contexto, sin testimonios oficiales, todo quedó en suposiciones.
“Nos trajeron a un rancho vacío”
El acceso al rancho fue gestionado por la Fiscalía General de la República (FGR), pero ni Alejandro Gertz Manero ni algún representante del gobierno federal o estatal estuvieron presentes. La convocatoria, extendida a colectivos, activistas y organismos internacionales, terminó con más de 300 personas esperando bajo el sol ardiente, mientras la impaciencia crecía.
“No hay nada de trabajos, es una burla para nosotras las víctimas, no saben el dolor que una madre, una esposa o una hija trae por su familiar desaparecido y que te vengan a dar un tour como si fuera un museo o una locación de película. Esto es un circo”, acusaron.
Desesperadas, rompieron el cerco de seguridad y avanzaron a pie por el camino polvoriento. Con cada paso, con cada grito, resonaba la sospecha de que sus desaparecidos caminaron por ahí, en otro tiempo, en otras circunstancias. “¡Hijo, escucha, tu madre está en la lucha!”, coreaban.
Lo que vieron al entrar no fue lo que esperaban. No estaban las pilas de ropa, los zapatos, los altares improvisados. Un buscador que había ingresado el 5 de marzo intentó explicar:
“Aquí había bidones con químicos, uno de los sobrevivientes ha dicho que a este sitio le decían ‘la carnicería’”.
Las familias buscaban, pero el rancho ya no hablaba.