
Culiacán, Sin.- El hijo del Chapo no duerme. No piensa con claridad. Sus días son una espiral de paranoia y su sombra la arrastra la angustia. Sabe que la caída es inminente.
Hace apenas unas semanas, evadió la captura por un túnel, igual que su padre. La persecución en Tierra Blanca, Culiacán, lo dejó herido, pero con vida. Aún así, los días de gloria parecen desmoronarse. Uno a uno, sus hombres caen.
Primero fue José Ángel Canobbio, alias “El Güerito”, el artífice del tráfico de fentanilo y metanfetamina. Luego, Kevin Alonso Gil Acosta, “El 200”, el hombre de guerra que blindaba su seguridad, compraba armas y organizaba los comandos de reacción para enfrentar a cualquier enemigo.
Ya no están. Fueron capturados.
Y ahora Iván Archivaldo está solo.
La traición está en el aire
Las calles de Culiacán murmuran su nombre con cautela. Los suyos lo traicionan antes de ser traicionados. Iván no confía en nadie. Se mueve sin descanso. Se oculta. Cambia de teléfono cada pocas horas.
El periodista José Luis Montenegro, experto en crimen organizado, lo describe con crudeza:
“Está viviendo una crisis nerviosa continua. No duerme. No confía en nadie. Traiciona a sus más cercanos porque cree que lo van a traicionar a él.”
Pero los que realmente saben, los que están dentro del Gabinete de Seguridad, los que han tejido la estrategia para cazarlo, aseguran que su captura es cuestión de tiempo.
Un cerco que se cierra
La DEA ya tiene en la mira a su último bastión: Óscar Noé Medina, alias “El Panu”, el hombre que aún resiste y que también está marcado para caer. Sobre su cabeza penden 4 millones de dólares de recompensa.
Los días de Iván están contados. En los pasillos del poder, el plan ya está trazado. No escapará dos veces.
Alguien hablará.
Alguien señalará.
Y cuando el golpe llegue, será rápido y letal.
Iván Archivaldo ya no es el cazador. Ahora es la presa.