
Nueva York, EU.- Eran las primeras horas de la tarde cuando Rafael Caro Quintero, el hombre que en los años 80 tejió una red de terror y poder desde el corazón del Cártel de Guadalajara, descendió del avión en Nueva York. Esposado. Flanqueado por agentes del FBI y la DEA. Sin escapatoria.
El tiempo había hecho su trabajo. Su rostro, antes desafiante, reflejaba el peso de cuatro décadas de persecución. Ya no era el joven arrogante que, en los años de su apogeo, pisaba fuerte en Sinaloa y Sonora. Ahora, con la mirada perdida y los labios apretados, sabía que esta vez no habría vuelta atrás.
La extradición que marcó un punto de quiebre
Veintinueve nombres. Veintinueve extradiciones o simples traslados. No era una entrega cualquiera, concretada este jueves 27. Era un golpe certero, quirúrgico. Miguel Ángel Treviño Morales, “Z-40”; Omar Treviño Morales, “Z-42”; Vicente Carrillo Fuentes, “El Viceroy”; Antonio Oseguera Cervantes, “Tony Montana”, entre otros capos de alto rango, acompañaban a Caro Quintero en la lista. El mensaje era claro: la era de la impunidad había terminado.
En Washington, las oficinas de la DEA celebraban. Durante años, habían esperado este momento. “La justicia ha llegado”, proclamaban en comunicados oficiales. Era una victoria largamente ansiada, sobre todo por un nombre que aún pesa en la memoria colectiva: Enrique “Kiki” Camarena.
El asesinato del agente de la DEA en 1985 fue el pecado imperdonable de Caro Quintero. Lo persiguió siempre. Lo llevó de una prisión a otra, de escondite en escondite, hasta este momento final. “No importa cuánto tiempo pase, la justicia lo alcanza todo”, dijo un alto funcionario de seguridad de Estados Unidos.
Un amparo inútil y el fin del camino
El 22 de febrero, en un último intento de aferrarse a la tierra que lo vio nacer, Caro Quintero tramitó un amparo para frenar su extradición. Sabía lo que significaba poner un pie en Estados Unidos. Lo intentó. Pero el tiempo de los tecnicismos había pasado.
Ahora, con la brisa de un nuevo continente golpeándole el rostro, el hombre que alguna vez controló imperios de droga y muerte está a punto de enfrentar su destino. Un tribunal estadounidense lo espera. La historia, implacable, ha dado su veredicto.