
ESPECIAL
* Una grúa cayó sobre dos fotógrafos en el festival Ceremonia. El viento la tiró, la negligencia la colocó, el poder la protege.
Ciudad de México.- Berenice Giles y Miguel Ángel Rojas llegaron con la emoción con la que se llega a cubrir un festival. Mochilas con lentes, tarjetas de memoria vacías, ideas para las tomas del día. Como tantos otros fotógrafos que alimentan las redes con imágenes que celebran la música, la juventud, la energía colectiva. Como tantos otros que hacen su trabajo desde la sombra, detrás del escenario.
Pero ese sábado, en el Parque Bicentenario de la Ciudad de México, no hubo espacio para el aplauso ni para la celebración. Una grúa de tijera de más de tres toneladas se desplomó sobre ellos. No por capricho del viento —que soplaba con la fuerza que la Conagua había anticipado en alertas desde días antes—, sino por la decisión de alguien que ignoró esas advertencias. Por la omisión de quienes debieron impedir que se instalara, sin permisos, sin revisión técnica, sin protección.
El festival Ceremonia, uno de los eventos musicales más importantes de la capital, no se detuvo. No paró ni para anunciar el luto, ni para pedir un minuto de silencio. La música siguió sonando, los cuerpos seguían ingresando, las selfies continuaban mientras, a pocos metros, los cuerpos de Miguel y Berenice yacían bajo mantas improvisadas.
“Sólo fueron dos heridos”, dijeron al principio.
Una tarima fue colocada para tapar la escena. Se intentó ocultar lo que ya muchos sabían. Pasaron más de cuatro horas antes de que la Secretaría de Gestión Integral de Riesgos y Protección Civil confirmara la verdad: Berenice y Miguel estaban muertos desde antes de llegar al hospital.
El nombre que nadie menciona
Detrás del festival Ceremonia está Grupo Eco, la empresa organizadora del evento. Y detrás de Grupo Eco está Diego Jiménez Labora, un empresario multifacético: representante de artistas, gestor de bares y foros como el Auditorio Blackberry, organizador de otros festivales como Trópico y Bravo. Y, según documentos y fuentes citadas por Latinus, amigo personal de Andrés Manuel López Beltrán, hijo del expresidente Andrés Manuel López Obrador.
Esa amistad, según versiones, no es simbólica: se traduce en contratos federales, concesiones, acceso. También en silencio. Porque desde que ocurrió la tragedia, ninguna autoridad lo ha mencionado por nombre. Ninguna instancia ha explicado por qué la grúa fue colocada fuera de tiempo y sin permiso. Ninguna dependencia ha asumido la responsabilidad de revisar por qué se permitió su instalación, pese al riesgo inminente.
Jiménez Labora no ha dado declaraciones. Su nombre ha sido cuidadosamente omitido en boletines. Pero su cercanía con el poder está ahí, presente, flotando en cada omisión, en cada frase que evita señalar.
La grúa invisible
Según la alcaldía Miguel Hidalgo, la grúa que mató a los fotógrafos no estaba presente durante la inspección oficial realizada el viernes 6 de abril. Apareció después. Fue colocada sin autorización, fuera del calendario aprobado. El dato, más que una irregularidad, apunta a un posible delito: homicidio culposo por negligencia.
Ese mismo sábado, el viento era más que un rumor. Las alertas estaban activas. Pero a pesar de ello, los responsables optaron por continuar. La estructura no fue desmontada. El evento no fue suspendido. La vida de dos trabajadores no pesó más que el calendario de un festival.
La furia y la memoria
Desde el día siguiente, colegas, colectivos de fotógrafos, familiares y amigos han exigido respuestas. Han marchado con sus cámaras al cuello, no para documentar, sino como protesta. Como tributo. Como advertencia de que su trabajo no es prescindible. De que su vida no es descartable.
No es la primera vez que el poder protege a sus cercanos. No es nuevo que el acceso y la amistad con los hijos del poder se traduzca en impunidad. Pero esta vez, los nombres de Berenice y Miguel, sus imágenes, sus últimos clicks, sus cámaras rotas, dejaron una marca difícil de borrar.
¿Cuántas vidas cuesta una omisión? ¿Cuánta impunidad puede comprar la amistad?
Las luces del Ceremonia se apagaron. La música terminó. Pero el eco de esta tragedia sigue resonando, incómodo, persistente, como un lente que no deja de enfocar la verdad, por más que intenten taparla con tarimas.