Omar García Harfuch es el ejemplo de que el gobierno de Claudia Sheinbaum, que sigue muy acotada por las cuñas que le colocó el expresidente López Obrador, quiere hacer cosas diferentes para la pacificación del país.
Desde junio de 2020, Omar García Harfuch no había estado en un riesgo tan alto como en vísperas del Grito del 15 de septiembre pasado, cuando un nuevo intento de atentado contra el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana federal se frustró porque el ataque a una casa en Polanco, donde suele despachar cotidianamente, se realizó cuando no estaba. Varios tiros se dispararon, algunos de ellos directo a la terraza, donde suele estar.
La casa que ocupa en Polanco es de su propiedad y fue utilizada desde el periodo de la transición. No es ostentosa y la vigilancia es muy discreta. No es un lugar donde duerma. De hecho, desde que un comando del Cártel Jalisco Nueva Generación trató de matarlo hace cinco años, García Harfuch no duerme en el mismo lugar de manera regular, cambiando de casa para pernoctar por razones de seguridad.
García Harfuch ha sido un objetivo de grupos criminales desde hace tiempo. Durante el periodo de transición, el Centro Nacional de Inteligencia descubrió que había un complot para matarlo, por lo que se decidió que se fuera de México. Estuvo alrededor de un mes en España, oficialmente, de vacaciones.
El cambio de estrategia en la seguridad, que ha producido cientos de detenciones de alto impacto, el desmantelamiento de laboratorios de drogas sintéticas y los decomisos de fentanilo, lo vuelven un blanco posible de los cárteles de las drogas, que han visto mermadas sus utilidades; lo colocan como un funcionario que está afectando significativamente los negocios criminales. La expulsión de líderes narcotraficantes a Estados Unidos es otra ventana de riesgo, cuyos antecedentes están en Colombia, cuando los narcos crearon el grupo de Los Extraditables para luchar con violencia contra las extradiciones a ese país.
Este año, sin embargo, se abrió otro canal de alto riesgo: el combate al contrabando de combustible. Si bien este delito se empata o cruza con la delincuencia organizada, está lastimando severamente las finanzas de grupos políticos poderosos que crecieron durante el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, cuyas utilidades por esta vía superaban, en muchos casos, a cualquier droga. Las investigaciones que involucran a altos mandos de la Marina, al almirante exsecretario Rafael Ojeda, la red de huachicol fiscal que encabezaba el empresario Sergio Carmona –cuyo dinero financió campañas para ocho gubernaturas de Morena– y el entramado criminal tejido desde Tabasco y Chiapas, hacen que el número de interesados en cobrar venganza por sus pérdidas se tengan que contar con varias manos.
Lo que sucedió, en todo caso, no puede quedar sin resolverse. Es un asunto de seguridad nacional, que eleva su nivel de gravedad por ser la cabeza del gabinete de seguridad, quien lleva la parte toral de la lucha contra el crimen organizado, la persona de mayor confianza de la presidenta Sheinbaum y la única en México a la que las autoridades estadounidenses le comparten información de inteligencia de alta calidad.
Las acciones de García Harfuch conllevan necesariamente, como hipótesis de trabajo, a las resistencias por el cambio de statu quo en la relación con criminales y las complicidades dentro del régimen. Perniciosamente, el intento de atentado se empalmó con las diferencias dentro del gabinete de seguridad, en particular entre el secretario de Seguridad y el secretario de la Defensa, general Ricardo Trevilla.
García Harfuch tiene enemigos fuera y dentro del régimen. El caso más doloroso para él fue el asesinato, el año pasado, de Milton Morales Figueroa, coordinador general de la Unidad de Estrategia, Táctica y Operaciones Especiales de la Ciudad de México, que era su brazo derecho cuando encabezaba la Secretaría de Seguridad capitalina y que iba a ser pieza clave en el equipo que estaba formando para el nuevo gobierno. El presunto autor material fue detenido en septiembre, pero nada se sabe públicamente del autor intelectual. En su equipo, no obstante, se maneja que fue una ejecución interna porque estaba investigando corrupción de mandos policiales.
Ni el atentado hace cinco años, ni las amenazas de muerte el pasado septiembre han frenado a García Harfuch, quien, al contrario, podría criticársele desde un punto de vista estratégico, ha combatido todos los delitos y enfrentado todas las organizaciones criminales en 360 grados, abriendo flancos con enemigos que sí matan.
García Harfuch es el ejemplo de que el gobierno de Sheinbaum, que sigue muy acotada por las cuñas que le colocó el expresidente López Obrador, quiere hacer cosas diferentes para la pacificación del país. La seguridad, la principal preocupación nacional, necesita los anclajes que le está poniendo García Harfuch para tener éxito. Pero antes que ello, es su propia seguridad. No podrá alcanzarse el objetivo de Sheinbaum si la única persona en el gabinete que parece totalmente comprometida en ello, queda eliminada en el esfuerzo.
EL FINANCIERO
