Otra oda a la corrupción fue la “remodelación” del acuario de Veracruz, renombrado de manera por demás pretensiosa y cursi como “Aquarium” luego de arrebatarle su operación al patronato empresarial que lo administró por décadas.
Aquí la encargada del atraco fue la Procuraduría Estatal de Protección al Medio Ambiente, encabezada por uno de los políticos más deshonestos y transas de los últimos años en Veracruz: el experredista, exduartista, exyunista y seguro próximamente excuitlahuista Sergio Rodríguez Cortés.
El Orfis le observó 83 millones de pesos en daño patrimonial por bombas mal especificadas, materiales de baja calidad, pagos en exceso y ¡ausencia de permisos ambientales! El maquillaje institucional –y el despilfarro en propaganda el sexenio anterior- no logró ocultar el deterioro técnico ni el desprecio por la vida marina. De la muerte de un sinnúmero de especies desde que se agandallaron el acuario, ni hablar.
Durante todo su sexenio, Cuitláhuac García se presentó a sí mismo como una especie de “adalid” contra la corrupción. Acusó, descalificó, persiguió y encarceló con la venia y complicidad de Andrés Manuel López Obrador, que burlándose de los veracruzanos llegó a decir que era una “bendición” que fuera gobernador. Hoy, los datos duros los desmienten.
La corrupción que se negó se convirtió en política pública y sus obras “insignia” son ahora pruebas documentadas de un gobierno que simuló –y se robó- hasta el último ladrillo.
Pero seguramente la presidenta Claudia Sheinbaum todavía dirá que Cuitláhuac es “honesto”. Tanto como ella, por supuesto, que lo mantiene con “hueso” en el gobierno federal. Por ahí va el rasero.
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