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Este lunes, se apagó la vida de Pete Rose, el intrépido número 14 de los Rojos de Cincinnati, el hombre que deslumbró a generaciones con su habilidad para conectar imparables y que, con el tiempo, terminó cayendo en el abismo de las apuestas, un escándalo que lo dejó fuera del Salón de la Fama, pero nunca del corazón de los aficionados.

Pete Rose, ese pelotero de melena desordenada, nariz redonda y músculos firmes, se nos fue a los 83 años. Lo confirmó Stephanie Wheatley, portavoz del Condado Clark en Nevada, aunque aún no se conocen las causas del deceso.

Para los que crecieron en los sesenta y setenta, Pete era más que una estrella del béisbol; era un guerrero incansable en el diamante. Con el advenimiento del césped artificial, las nuevas reglas y la agencia libre, Rose se aferraba a su estilo, ese de “vieja escuela”, como lo llamaban algunos. Y vaya si dejó huella: 17 Juegos de Estrellas, tres Series Mundiales ganadas y un récord inquebrantable de 4,256 imparables. Nadie había visto algo así, ni antes ni después.


 

Y allí estaba Pete, superando los hitos de los grandes. El 8 de septiembre de 1985, igualó a Ty Cobb, y tres días más tarde lo dejó atrás, alcanzando la gloria en Cincinnati. Tenía 44 años, era jugador-manager y las lágrimas brotaron de sus ojos cuando su excompañero Tommy Helms lo abrazó. Incluso el presidente Ronald Reagan lo llamó para felicitarlo. “Tu legado está asegurado”, le dijo Reagan. Pero nadie imaginaba lo que vendría después.

El 20 de marzo de 1989, el comisionado Peter Ueberroth sacudió el mundo del béisbol al anunciar una investigación sobre las acusaciones de que Pete Rose había estado involucrado en apuestas. Y no solo cualquier tipo de apuestas; el nombre de Pete aparecía vinculado a apuestas en juegos de los propios Rojos. Aunque Rose negó rotundamente todo, la evidencia fue contundente: registros telefónicos, testimonios, documentos… todo apuntaba a que Pete había apostado en el béisbol, incluyendo en las temporadas de 1985, 1986 y 1987.

El 24 de agosto de 1989, A. Bartlett Giamatti, el sucesor de Ueberroth, pronunció las palabras más tristes en la historia del béisbol: “Uno de los jugadores más grandes ha manchado el deporte y ahora debe vivir con las consecuencias de sus actos”. Y así, Pete Rose fue vetado de por vida. Cooperstown cerró sus puertas para él en 1991.

Aunque Pete restó importancia y se aferró a la esperanza de ser reincorporado algún día, su sueño de ingresar al Salón de la Fama quedó truncado para siempre. Pero su legado, aunque manchado, sigue presente. Sus tenis, el casco que usó como MVP en 1973 y el bate con el que hiló 44 juegos con hit en 1978, están allí, en Cooperstown, como mudos testigos de una carrera que, a pesar de todo, sigue resonando en el béisbol.

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