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ESPECIAL

La tarde del sábado, en una escena cargada de simbolismo, la ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), Norma Lucía Piña Hernández, acudió a la Cámara de Diputados, en el cruce de Eduardo Molina y Emiliano Zapata. Llegó en un discreto vehículo blanco, pero al descender, lo que resonaba no era el motor del automóvil, sino el clamor de los trabajadores del Poder Judicial de la Federación (PJF), quienes, desde hace días, mantenían bloqueados los accesos del recinto legislativo en protesta contra la reforma al Poder Judicial.

“¡Ese apoyo sí se ve! ¡No estás sola! ¡No estás sola!”… Voces firmes, manos levantadas. La ministra, con su porte tranquilo pero decidido, correspondió al gesto con aplausos y el puño en alto. No hubo palabras grandilocuentes, ni discursos preparados, sólo ese diálogo silencioso, que es a veces más elocuente que cualquier proclama.


 

Avanzó entre la multitud, protegida no por escoltas formales, sino por una valla humana, compuesta por los propios trabajadores que, como un muro de apoyo, la rodearon para asegurar su paso. Caminaba hacia la entrada principal de San Lázaro, ese acceso ahora sellado por el reclamo, la exigencia de quienes luchan por la preservación de un Poder Judicial que, según sus consignas, “no va a caer, no va a caer”.

Y en ese trayecto, ¿qué ocurrió? Ocurrió lo humano: abrazos espontáneos, palabras de aliento susurradas al oído de la ministra, una que otra selfie tomada como recuerdo de este momento histórico, donde la cabeza del máximo órgano judicial del país fue recibida con el calor del pueblo que defiende su causa.

Al llegar a la entrada, el momento esperado: ¿hablará la ministra? ¿Dirigirá un mensaje a la nación, a esos cientos que la esperaban con ansias? Pero no. Sin grandes aspavientos, su equipo la escoltó de vuelta al vehículo. Eran las 18:17 horas cuando Norma Piña se retiraba, dejando atrás una escena que será recordada, no por lo dicho, sino por lo vivido.

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